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La educación no es un monopolio del Estado sino un patrimonio de la Humanidad


Puede que la sentencia que luce al inicio de esta publicación parezca un acto radical, revolucionario o incluso reaccionario contra la institución que vela y dirige el bienestar de los ciudadanos. Pero en realidad, no se trata de eso. Se trata de una reflexión que intenta ayudarnos a asumir el rol de educadores que todos tenemos.

Paulo Freire un reconocido filósofo y pedagogo brasileño, ya desaparecido, decía:

"Nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí con la mediación con el mundo"

Lo que Freire quiere decir concluye en lo mismo que intento transmitirles hoy y que yo expresaría por la positiva de la siguiente manera:

"Todos somos educadores, todos nos formamos y estamos en permanente formación de quienes nos rodean influidos por el medio en que estamos".

El acto educativo no es un hecho exclusivo de aquellos que portan un título, bien merecido, de docentes, profesores, licenciados o maestros. Es una acción que todos ejercemos unos sobre otros. Sin embargo es cierto que hay roles que nos hacen más educadores que otros en ciertas circunstancias, como ser madres o padres, donde la labor de educadores es crucial ya que la naturaleza de esos roles está definida por el acto formativo de llevar a cabo una crianza adecuada. Ahí el Estado interviene para velar por los derechos que esa familia tiene de educar a sus hijos e hijas según sus valores, circunstancias y/o expectativas, siempre que se salvaguarden los derechos de los niños amparados por la ley. No obstante es la familia la que asume la tarea ineludible de educar a ese niño/a conforme a lo que, según su propio criterio, sea la mejor educación. Por lo tanto los Estados no pueden intervenir, salvo que se peligre seguridad e integridad de esos menores, para indicar el tipo de educación que ese niño o niña debe recibir. Sí puede apoyar a las familias en esa tarea brindando recursos pero salvaguardando también sus libertades.

Entonces cuando digo que la educación no es monopolio del Estado estoy intentando remarcar que las familias compuestas por ciudadanos tienen que tener participación activa en toda la educación de sus hijos e hijas más allá de lo que ocurre durante la primera infancia dentro del hogar. El sistema educativo público debería brindar esos espacios de participación y compromiso, más allá de una comisión de fomento escolar. La transmisión de la cultura no se limita a lo que los maestros podemos realizar en las aulas sino a todo lo que circunda la vida de un niño/a. Creer que solo los organismos del Estado, con capacidad para certificar una escolaridad, son los únicos encargados de decidir que nuestros hijos e hijas aprendan, es un caro error que afecta no solo al educando sino a toda la sociedad en su conjunto. La educación es un tema de todos porque se educa no solo en la escuela, sino principalmente en el hogar, en la plaza, en los clubes deportivos, en los talleres plásticos, dramáticos o lúdicos. Educan también los medios de comunicación, los amigos de nuestros hijos e hijas así como el resto de la sociedad. Por eso es tan importante que todos comprendamos el rol que tenemos para con las crecientes y futuras generaciones.

Como patrimonio de la humanidad el hecho educativo nos envuelve e involucra a todos quienes desde nuestro lugar enseñamos valores, destrezas, habilidades o competencias a quienes nos rodean siempre, por eso tenemos que aprender a valorar al otro. Es fundamental comprender que todos tenemos algo que enseñar y algo para contribuir. Nadie es absolutamente ignorante ni totalmente sabio. Cada uno de nosotros debe y puede procurar con sus hechos y sus palabras enseñar buenas cosas a quienes le rodean porque eso nos hace mejores ciudadanos y contribuye al proyecto común de sociedad.

Para finalizar quiero decir que siempre me he sentido un maestro más allá del día en que me puse la túnica blanca y tomé posesión de un cargo en educación pública. Y aún me siento un maestro cuando no porto esa túnica ni estoy en un aula. Todo depende de la actitud que tenemos frente a los demás. Ser educador no es sentirse superior a otros sino estar dispuesto a dar lo mejor de sí, escuchando al otro y reflexionando siempre sobre las cosas que nos rodean. El buen maestro jamás deja de ser un alumno y no se limita a enseñar dentro de un espacio determinado. Disfruta de lo que aprende y comparte lo que descubre porque sabe que es patrimonio de toda la humanidad.

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